Mañana Domingo Sheijs Muridiya en el Oeste Celeste

Salam aleykum wr wb.

AlhamdulilLah. Así es. Este domingo 18, a partir de las 17 horas habrá varios e importantes Sheijs de la tariqa Muridia de Senegal en el Oeste Celeste. El jueves pasado hubo un curioso y bello encuentro entre la naqshbandia y la muridía. Será, sin duda, una experiencia fuerte y con mucha barakah para el que pueda acercarse. Según nos cuenta el hermano Hussein, Sheij AbdulLah Dhagestani dijo que Sheij Amadu Bamba era un gran WaliulLah. ¡MashalLah!

Autor: Shihabuddin

Psicólogo y escritor. Practicante del sufismo en la tariqat naqshbandi.

5 opiniones en “Mañana Domingo Sheijs Muridiya en el Oeste Celeste”

    1. Salams..he visto el video, no soy una experta en estos temas, bueno sé que lo subes con algún sentido, pues sé que como yo no estas totalmente de acuerdo con esto, el tema de la mujer, el problema es de quien mira pues son sus instintos, respecto el divorcio, tampoco es así etc..el bien mal es otra cosa..

      1. Existe pero un Único Dios: Él es la Verdad Eterna, El Creador, el Omnipotente Espíritu Divino, Sin miedo, sin odio y sin enemistad. La Entidad Inmortal. Nonato, Auto – suficiente, Hecho realidad por su Propia Gracia: el Guru. Meditad en Quien era la Verdad antes de la Creación Quien era la Verdad al principio de la Creación, Quien es ahora la Verdad y ¡oh Nanak! Quien será eternamente la Verdad.

        Lo susodicho es el preámbulo al Guru granth sahib. La religión sij llama a este Ser poderoso el Waahey – Guru o Maravilloso Dios.

        El sijismo no es una mezcla o una reproducción de anteriores religiones, sino una nueva revelación en su totalidad. Las enseñanzas que los Gurus dieron a este mundo, llegaron DIRECTAMENTE a ellos de Dios, lo cual lo confirman los Gurus: Esta Palabra viene de Él, Quien ha creado el mundo.
        Un sij vive constantemente con angustia ante Dios. Aquí angustia no significa precisamente sentir miedo ò el apartarse instintivamente de los peligros cotidianos. Se trata de sentir uno un temblor en el alma bajo pena de cometer una falta en palabra, hecho o pensamiento contra la Voluntad de Dios. Es una angustia ante Dios producida por el amor y la necesidad de honrarlo a Él. El Guru Nanak decretó tres principios para la conducta diaria:

        Naam Japo: Invocar o meditar constantemente en Dios, pues un cuerpo yace muerto sin la vida y la vida misma yace muerta sin Naam – el Nombre de Dios.
        Kirat Karo: Ganarse el sustento por medios honrados.
        Vand Chhako: En su Nombre, compartir el futuro de tu labor como expresión de tu amor y tu compasión para con la humanidad.
        Asimismo, se da énfasis a:

        El vivir como ser honesto: la base entera de la religión sij se funda en el vivir de manera honesta. El Gurú dice, «La verdad es valiosa, pero todavía más valioso es el vivir honestamente».
        la castidad moral: el adulterio se prohíbe de manera absoluta en la religión sij.
        No fumar y no consumir drogas.
        No disfrutar la calumnia: la falsedad o la falsificación de los hechos.
        Sij labora para liberar al ser humano de las cadenas del materialismo. Tiene como metas el vivir una vida llena de virtud y el llegar al nivel espiritual más elevado, lo cual conduce a la realización de la Beatitud Suprema, es decir, el lograr la emancipación sobre la vida terrenal. La vida humana es una oportunidad para lograr esas metas. Si una persona se aleja de ellas, caerá una vez más en el ciclo de la muerte y el renacer – la transmigración.

        Existen cinco vicios que corrompen la mente humana: la lujuria, la cólera, la codicia, la opulencia, y el orgullo o ego. Mientras que la mente permanezca impura bajo esos vicios, No podrá encontrar la Beatitud Absoluta. Por tanto, el Guru señaló el camino y dejo de garantía a la humanidad de que sea quien sea:

        Conocerá la pureza todo aquel y aquella Que repita su Nombre con devoción, afecto y Un amor sincero. – El Guru Nanak

  1. La ciencia de las letras (Ilmu-L-Hurùf)
    Capítulo VI de Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, ed. Paidós

    En los preliminares de un estudio sobre «La Théodicée de la Kabbale» 2 F. Warrain, después de haber dicho que «la hipótesis cabalística es que la lengua hebraica es la lengua perfecta enseñada por Dios al primer hombre», cree necesario formular reservas sobre «la pretensión ilusoria de conservar los elementos puros de la lengua natural, cuando de ella no se poseen sino residuos y deformaciones». No por eso deja de admitir que «sigue siendo probable que las lenguas antiguas dimanen de una lengua hierática, compuesta por inspirados», que «debe haber en ellas, por la tanto, palabras que expresan la esencia de las cosas y sus relaciones numéricas» y que «otro tanto puede decirse sobre las artes adivinatorias». Creemos que será bueno aportar algunas precisiones sobre este asunto; pero queremos hacer notar ante todo que F. Warrain se ha situado en una perspectiva que puede llamarse sobre todo filosófica, mientras que nosotros nos proponemos atenernos estrictamente aquí, como lo hacemos siempre, al terreno iniciativo y tradicional.

    Un primer punto sobre el que importa llamar la atención es el siguiente: la afirmación según la cual la lengua hebrea sería la lengua misma de la revelación primitiva bien parece no tener sino carácter exotérico y no pertenecer al fondo mismo de la doctrina cabalística, sino, en realidad, recubrir simplemente algo mucho más profundo. La prueba está en que lo mismo se encuentra igualmente dicho de otras lenguas, y que esta afirmación de «primordialidad», si así puede llamarse, no podría ser tomada literalmente, ni justificarse en todos los casos, puesto que implicaría una contradicción evidente.

    Así es, en particular, para la lengua árabe, e inclusive es opinión muy comúnmente difundida en el país donde se la usa que habría sido la lengua original de la humanidad; pero lo notable, y lo que nos ha hecho pensar que debe ser el mismo el caso en lo que concierne al hebreo, es que esa opinión vulgar está tan poco fundada y tan desprovista de autoridad, que se halla en formal contradicción con la verdadera enseñanza tradicional del Islam, según la cual la lengua «adámica» era la «lengua siríaca» (logah sûryâniyah), que, por otra parte, nada tiene que ver con el país actualmente designado con el nombre de Siria, así como tampoco con ninguna de las lenguas más o menos antiguas cuyo recuerdo se ha conservado entre los hombres hasta hoy.

    Esa logah sûryâniyah es propiamente, según la interpretación que se da de su nombre, la lengua de la «iluminación solar» (shems-ish-râqyah); en efecto, Sûryâ es el nombre sánscrito del Sol, y esto parecería indicar que su raíz sur, una de las que designan la luz, pertenecía sí a la lengua original. Se trata, pues, de esa Siria primitiva de la cual Homero habla como de una isla situada «más allá de Ogigia», lo que la identifica con la Tula hiperbórea, «donde están las revoluciones del Sol». Según Josefo, la capital de ese país se llamaba Heliápolis, «ciudad del Sol» 3, nombre dado después a la ciudad de Egipto también llamada On, así como Tebas habría sido originariamente uno de los nombres de la capital de Ogigia.

    Las sucesivas transferencias de estos nombres, y de muchos otros, serían particularmente interesantes de estudiar en lo que concierne a la constitución de los centros espirituales secundarios de los diversos períodos, constitución que se halla en relación estrecha con la de las lenguas destinadas a servir de «vehículos» a las formas tradicionales correspondientes. Esas lenguas son aquellas a las que se puede dar propiamente el nombre de «lenguas sagradas»; y precisamente sobre la distinción que debe hacerse entre esas lenguas sagradas y las lenguas vulgares o profanas reposa esencialmente la justificación de los métodos cabalísticos, así como procedimientos similares que se encuentran en otras tradiciones.

    Podemos decir esto: así como todo centro espiritual secundario es como una imagen del Centro supremo y primordial, según lo hemos explicado en nuestro estudio sobre Le Roi du Monde, toda lengua sagrada, o «hierática» si se, quiere, puede considerarse como una imagen o reflejo de la lengua original, que es la lengua sagrada por excelencia; ésta es la «Palabra perdida», o más bien escondida a los hombres de la «edad oscura», así como el Centro supremo se ha vuelto para ellos invisible e inaccesible. Pero no se trata de «residuos y deformaciones»; se trata, al contrario, de adaptaciones regulares exigidas por las circunstancias de tiempos y lugares, es decir, en suma, por el hecho de que, según lo que enseña Seyîdî Mohyddìn ibn Arabi al comienzo de la segunda parte de El-Futûhâtu-l-Mekkiyah ‘Las revelaciones de la Meca’, cada profeta o revelador debía forzosamente emplear un lenguaje capaz de ser comprendido por aquellos a quienes se dirigía, y por lo tanto más especialmente apropiado a la mentalidad de tal pueblo o de tal época.

    Tal es la razón de la diversidad misma de las formas tradicionales, y esta diversidad trae aparejada, cómo consecuencia inmediata, la de las lenguas que deben servirles como medios de expresión respectivos; así, pues, todas las lenguas sagradas deben considerarse como verdaderamente obra de «inspirados», sin lo cual no serían aptas para la función a que están esencialmente destinadas. En lo que respecta a la lengua primitiva, su origen debía ser «no humano», como el de la tradición primordial misma; y toda lengua sagrada participa aún de ese carácter en cuanto es, por su estructura (el-mabâni) y su significación (el-ma’âni), un reflejo de aquella lengua primitiva. Esto puede, por lo demás, traducirse en diferentes formas, que no todos los casos tienen la misma importancia, pues la cuestión de adaptación interviene también aquí: tal es, por ejemplo, la forma simbólica de los signos empleados por la escritura 4; tal es también, y más en particular para el hebreo y el árabe, la correspondencia de los números con las letras, y por consiguiente con las palabras compuestas por ellas.

    Seguramente, es difícil para los occidentales darse cuenta de lo que son verdaderamente las lenguas sagradas, pues, por lo menos en las condiciones actuales, no tienen contacto directo con ninguna de ellas; y podemos recordar a este respecto lo que hemos dicho más generalmente y en otras oportunidades acerca de la dificultad de asimilación de las «ciencias tradicionales», mucho mayor que la de las enseñanzas de orden puramente metafísico, en razón de su carácter especializado, que las une indisolublemente a tal o cual determinada forma y que no permite transportarlas tal cual de una civilización a otra, so pena de hacerlas por completo ininteligibles o bien de no obtener sino resultados enteramente ilusorios, cuando no completamente falsos. Así, para comprender efectivamente todo el alcance del simbolismo de las letras y los números, es preciso vivirlo, en cierta manera, en su aplicación hasta a las circunstancias mismas de la vida corriente, tal como es posible en ciertos países orientales; pero sería absolutamente quimérico pretender introducir consideraciones y aplicaciones de ese género en las lenguas europeas, para las cuales no han sido hechas, y en las cuales el valor numérico de las letras, particularmente, es cosa inexistente.

    Los ensayos que algunos han llevado a cabo en este orden de ideas, fuera de todo dato tradicional, son, pues, erróneos desde el mismo punto de partida; y si a veces se han obtenido sin embargo algunos resultados justos, por ejemplo desde el punto de vista «onomántico», ello no prueba el valor y la legitimidad de los procedimientos, sino solamente la existencia de una suerte de facultad «intuitiva» (que, por supuesto, nada tiene en común con la verdadera intuición intelectual) en aquellos que los han aplicado, como por lo demás ocurre frecuentemente con las «artes adivinatorias» 5.

    Para exponer el principio metafísico de la «ciencia de las letras» (en árabe ‘ilmu-l-hurûf), Seyîdî Mohyiddîn, en El-Futûhâtu-l-Mekkiyah, considera el universo como simbolizado por un libro: es el símbolo, bien conocido, del Liber Mundi de los Rosacruces, así como del Liber Vitae apocalíptico 6. Los caracteres de ese libro son, en principio, escritos todos simultánea e indivisiblemente por la «pluma divina» (el-Qâlamu-l-ilâhi); estas «letras trascendentes», son las esencias eternas o ideas divinas; y, siendo toda letra a la vez un número, se advertirá el acuerdo de esta enseñanza con la doctrina pitagórica. Esas mismas «letras trascendentes», que son todas las criaturas, después de haber sido condensadas principialmente en la omnisciencia divina, han descendido, por el soplo divino, a las líneas inferiores, para componer y formar el Universo manifestado. Se impone aquí la comparación con el papel que desempeñan igualmente las letras en la doctrina cosmogónica del Séfer Yetsiráh; la «ciencia de las letras» tiene, por lo demás, una importancia aproximadamente igual en la Cábala hebrea que en el esoterismo islámico 7.

    Partiendo de este principio, se comprenderá sin dificultad que se establezca una correspondencia entre las letras y las diversas partes del Universo manifestado, y más en particular de nuestro mundo; la existencia de las correspondencias planetarias y zodiacales es, a este respecto, lo bastante conocida para que sea inútil insistir, y basta notar que esto pone a la «ciencia de las letras» en estrecha relación con la astrología encarada como ciencia «cosmológica» 8. Por otra parte, en virtud de la analogía constitutiva del «microcosmo» (el-kawnu-s-segîr) con el «macrocosmo» (el-kawnu-l-kebîr), esas mismas letras corresponden igualmente a las diversas partes del organismo humano; y, a este respecto, señalaremos de paso que existe una aplicación terapéutica de la «ciencia de las letras», en que cada una de ellas se emplea de determinada manera para curar las enfermedades que afectan especialmente al correspondiente órgano.

    Resulta, pues, de lo que acaba de decirse, que la «ciencia de las letras» debe ser encarada en órdenes diferentes, los cuales pueden en suma reducirse a los «tres mundos»: entendida en su sentido superior, es el conocimiento de todas las cosas en el principio mismo, en tanto que esencias eternas más allá de toda manifestación; en un sentido que puede decirse medio, es la cosmogonía, o sea el conocimiento de la producción o formación del mundo manifestado; por último, en el sentido inferior, es el conocimiento de las virtudes de los nombres y los números en tanto que expresan la naturaleza de cada ser, conocimiento que permite, a título de aplicación, ejercer por medio de ellos, y en razón de dicha correspondencia, una acción de orden «mágico» sobre los seres mismos y sobre los sucesos que les conciernen.

    En efecto, según lo que expone Ibn Jaldún, las fórmulas escritas, estando compuestas por los mismos elementos que constituyen la totalidad de los seres, tienen por tal razón facultad para obrar sobre ellos; y por eso también el conocimiento del nombre de un ser, expresión de su naturaleza propia, puede dar un poder sobre él; esta aplicación de la «ciencia de las letras» se designa habitualmente con el nombre de sîmî’à 9. Importa destacar que esto va mucho más lejos que un simple procedimiento «adivinatorio»: se puede, en primer lugar, por medio de un cálculo (hisâb) efectuado sobre los números correspondientes a las letras y los nombres, lograr la previsión de ciertos acontecimientos10; pero ello no constituye en cierto modo sino un primer grado, el más elemental de todos, y es posible efectuar luego, partiendo de los resultados de ese cálculo, mutaciones que tendrán por efecto producir una modificación correspondiente en los acontecimientos mismos.

    También aquí es necesario distinguir, por otra parte, grados muy diferentes, como en el conocimiento mismo, del cual esto no es sino una aplicación o efectuación: cuando esa acción se ejerce sólo en el mundo sensible, se trata del grado más inferior, y en este caso puede hablarse propiamente de «magia»; pero es fácil concebir que se trate de algo de muy otro orden cuando la acción repercute en los mundos superiores. En este último caso, estamos evidentemente en el orden «iniciático» en el sentido más cabal del término; y solo puede operar activamente en todos los mundos aquel que ha llegado al grado del «azufre rojo» (el-Kebrîtu-l-áhmar), nombre que indica una asimilación, que podrá parecer a algunos un tanto inesperada, de la «ciencia de las letras» a la alquimia 11. En efecto, estas dos ciencias, entendidas en su sentido profundo, no son sino una en realidad; y lo que ambas expresan, bajo apariencias muy diferentes, no es sino el proceso mismo de la iniciación, el cual, por lo demás, reproduce rigurosamente el proceso cosmogónico, pues la realización total de las posibilidades de un ser se efectúa necesariamente pasando por las mismas fases que las de la Existencia universal 12.

    René Guénon es conocido también por su nombe musulmán: Abd Al-Wahid Yahia.
    Notas: 1 Publicado en V. I., febrero de 1931.
    2 Ibíd., octubre de 1930; cf. F. Warrain, La Théodicée de la Kabbale, ed. Vega, París.
    3 Cf. La Ciudadela solar de los Rosacruzes, La Ciudad del Sol, de Campanella, etc. A esta primera Heliópolis debiera ser referido en realidad el simbolismo cíclico del Fénix.
    4 Esta forma puede, por lo demás, haber sufrido modificaciones correspondientes a readaptaciones tradicionales ulteriores, como ocurrió con el hebreo después de la cautividad de Babilonia; decimos que se trata de una readaptación, pues es inverosímil que la antigua escritura se haya perdido realmente en un corto periodo de setenta años, y es inclusive asombroso que esto pase generalmente inadvertido. Hechos del mismo género, en épocas más o menos alejadas, han debido producirse igualmente para otras escrituras, en particular para el alfabeto sánscrito y, en cierta medida, para los ideogramas chinos.
    5 Parece que pueda decirse otro tanto, pese a la apariencia «científica» de los métodos, en lo que concierne a los resultados obtenidos por la astrología moderna, tan alejada de la verdadera astrología tradicional; ésta, cuyas claves parecen perdidas, era, por, lo demás, muy otra cosa que una simple «arte adivinatoria», aunque evidentemente capaz de aplicaciones de este orden, pero con carácter enteramente secundario y «accidental».
    6 Hemos tenido ya oportunidad de señalar la relación existente entre este simbolismo del «Libro de Vida» y el del «Árbol de Vida»: las hojas del árbol y los caracteres del libro representan igualmente todos los seres del universo (los «diez mil seres» de la tradición extremo-oriental).
    7 Es preciso además observar que el «Libro del Mundo» es a la vez el «Mensaje divino» (er-Risàlatu-l-ilâhîyah), arquetipo de todos los libros sagrados; las escrituras tradicionales no son sino traducciones de él en lenguaje humano. Esto está afirmado expresamente del Veda y del Corán; la idea del «Evangelio eterno» muestra también que esa misma concepción no es enteramente extraña al cristianismo, o que por lo menos no lo ha sido siempre.
    8 Hay también otras correspondencias, con los elementos, las cualidades sensibles, las esferas celestes, etc.; las letras del alfabeto árabe, que son veintiocho, están igualmente en relación con las mansiones lunares.
    9 La palabra sîmî’à no parece puramente árabe; proviene verosímilmente del griego sèmeia ‘signos’, lo que la hace aproximadamente equivalente al nombre de la gematriá cabalística, palabra también de origen griego, pero derivada no de geometría, como comúnmente se dice, sino de grammáteia (de grámmata, ‘letras’).
    10 Se puede también, en ciertos casos, obtener por un cálculo del mismo género la solución de cuestiones de orden doctrinal; y esta solución se presenta a veces en una forma simbólica de lo más notable. 11 Seyyîdî Mohyiddîn ibn ‘Arabi es apellidado es-Sheiju-l-ákbar wa el-Kebrîtu-l-áhmar. 12 Es por lo menos curioso observar que el propio simbolismo masónico, en el cual la «Palabra perdida» y su búsqueda desempeñan además importante papel, caracteriza los grados iniciáticos por medio de expresiones, manifiestamente tomadas de la «ciencia de las letras: deletrear, leer, escribir. El «Maestro», que entre sus atributos tiene la «plancha de trazar», si fuera verdaderamente lo que debe ser, sería capaz no solamente de leer sino también de escribir el «Libro de Vida», es decir, de cooperar conscientemente en la realización del plan del «Gran Arquitecto del Universo»; por esto puede juzgarse la distancia que separa la posesión nominal de tal grado de su posesión efectiva

    http://www.webislam.com/articulos/25866-la_ciencia_de_las_letras_ilmulhuruf.html

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